"La marea de los evacuados de Silesia sumerge Dresde. Los primeros trenes llegaron el 26 de enero, procedentes de Trebnitz y de las localidades cercanas. Las auxiliares femeninas del Arbeitsdienst ayudaron a los ancianos y a los enfermos, distribuyeron comidas calientes y encontraron alojamientos."
"La oleada se hinchó y se dramatizó en los días siguientes. A pesar de la baja temperatura, llegaron trenes de vagones abiertos cuyos ocupantes habían viajado de pie, en masa compacta. Carros, trineos y peatones llegaron luego. De 4.700.000 de silesios, se calcula en más de 3 millones los que pudieron huir de los rusos y sus atrocidades vengadoras. El 13 de febrero por la noche, hay en Dresde cerca de medio millón atascando las estaciones, acampando en los parques, en las orillas del Elba, alrededor del Zwinger, de la Hofkirche, de todas las obras maestras barrocas que hacen de la antigua capital de los reyes sajones un testimonio incomparable del siglo XVIII. Se sienten salvados.
La aglomeración de Dresde había sufrido dos bombardeos, uno el 7 de octubre de 1944, y otro el 16 de enero de 1945. Sólo apuntaban a los suburbios donde trabajaban fábricas de óptica y otras industrias. La propia Dresde no tenía un arañazo. Se decía en la población que su belleza ha dado lugar a un pacto: si los Aliados dejan a salvo Dresde, la Luftwaffe no bombardeará Oxford...
La noche del 13 al 14 de febrero es clara y tranquila. A pesar de la tragedia de los refugiados y el acercamiento de los rusos, los niños de Dresde han celebrado el martes de Carnaval. Está en curso una representación de gala en el circo Sarasini. A las 22, la R.A.F. proporciona la iluminación: los árboles de Navidad de los grandes cohetes luminosos sacan violentamente de la oscuridad los monumentos y las calles enredadas de la vieja ciudad. Ni los ciudadanos de Dresde ni los fugitivos de Silesia han visto todavía ese espectáculo, y muchos no comprenden su significado. Unos minutos antes, la radio ha anunciado que una importante formación de bombarderos se acercaba a Dresde y ha ordenado bajar a los refugios. En el circo Sarasini, el anuncio lo hicieron los payasos, acompañándolo de algunas bromas. Niños y mayores se rieron. Bajo sus alas, los pilotos y los bombarderos de los 245 Lancaster de la R.A.F. ven una ciudad serena, con sus masas arquitectónicas imponentes y sus graciosos puentes salvando el Elba. Ni un disparo de D.C.A. les estorba en su actuación. Las primeras bombas caen a las 22:15. Son grandes proyectiles de 4.000 libras, cuya potente explosión está destinada sobre todo a romper los cristales para que el incendio surja más de prisa y se propague con más furor.
Los Aliados quemaron Hamburgo en la noche del 25 al 26 de julio de 1943. La ejecución de Dresde es mucho más despiadada. La primera oleada va seguida a la 1:30, de una segunda oleada el doble de numerosa, 529 Lancaster, y luego, a mediodia, por 450 fortalezas volantes de la U.S.A.F. El blanco de los 650.000 artefactos incendiarios es el centro de la ciudad, exactamente un triángulo que cubre la totalidad del barrio histórico, calles estrechas y viejas casas de vigas de madera. La segunda oleada llega sobre una ciudad que arde de un lado a otro con tal intensidad que, cuenta un navegador, "pude redactar mi informe a la luz que llenaba la carlinga". Doce horas después, las fortalezas volantes hacen su bombardeo a ciegas, en una columna de humo de 5.000 metros de alto. Ese bombardeo de Dresde es uno de los episodios más atroces de una guerra que produjo tantas atrocidades. El incendio toma la forma de un ciclón de fuego, y se atiza él mismo por la depresión barométrica que provoca, hasta el momento en que el cielo, más misericordioso que los hombres, vierte trombas de agua que detienen las llamas. No son posibles lucha ni huida. Los que se quedan en los refugios se asfixian. Los que salen de los refugios, se hunden en el mar de llamas. Arde el asfalto de las calles. En el Altmarkt, una multitud se consume colectivamente como un bosque. Centenares de personas se ahogan en el Elba por escapar al suplicio del fuego. La Hauptbahnhof quedó a salvo en el primer ataque; los millares de refugiados que cobija se creen fuera de peligro, pero llega el segundo ataque sin aviso y hace una carnicería indecible. Los bomberos de Dresde han sido devorados por el siniestro, y los de las ciudades cercanas que acuden en su auxilio son ametrallados por los Mustang que escoltan a las fortalezas volantes del tercer ataque. El incendio dura 4 días, devora 20 kilómetros cuadrados y llena el valle del Elba de ruinas calcinadas. La recogida de cadáveres es alucinante. Se reúnen en cubos 20.000 anillos. Se levantan cinco grandes piras funerarias en el Altmarkt y se entierran con pala montones de ceniza humana de 2 metros de alto. El número de victimas, imposible de determinar exactamente, es del orden de 135.000, lo que hace del bombardeo de Dresde el más criminal de la guerra, incluido el de Hiroshima.
El mundo, por hundido que esté en el horror, se sobresalta. En los Comunes, el secretario de Estado para el Aire, sir Archibald Sinclair, tiene que responder a preguntas severas. La R.A.F. hincha la importancia industrial de Dresde para justificarse, pero nadie se atreve a decir la verdad, a saber, que el bombardeo fue pedido por los rusos para desorganizar las retaguardias alemanas tras de su frente de Silesia. En este aspecto, el fracaso es total: la gran estación de mercancías de Friedrichstadt, muy cercana al centro de la ciudad, está casi intacta y los trenes vuelven a circular ya el 15 de febrero. En cambio, aún en nuestros días, la destrucción de Dresde continúa proporcionando a los comunistas rusos y alemanes los elementos de un requisitoria contra la barbarie occidental."
Raymond Cartier
"La Segunda Guerra Mundial"
Abril de 1975
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